Tengo la inmensa suerte -y responsabilidad- de colaborar con dos de las mejores esquiadoras de este país con la ventaja y el inconveniente de no pertenecer al “mundillo”, y aunque en ocasiones se me escapan algunos detalles, también procuro aportarles enfoques a los que no estaban acostumbradas; pero sobretodo estoy aprendiendo lo duro que debe ser estar en la élite de un deporte sin recursos ni reconocimiento.
Deportista profesional y deportista de élite son conceptos que en muchas ocasiones confundimos, pero entre los que hay una diferencia significativa, abismal diría; el primero puede vivir económicamente de la actividad que desarrolla, mientras que el segundo en muchas ocasiones pone dinero de su bolsillo para practicarla, o en el mejor de los casos se la tienen que subvencionar patrocinadores o administraciones públicas. Excluyendo fútbol, baloncesto y algunos casos concretos, en España la inmensa mayoría de nuestros deportistas de élite, excepcionales algunos de ellos, no se pueden considerar profesionales en el sentido anteriormente descrito.
La base del modelo de negocio de cualquier deporte -y por ende, de los deportistas que los practican, aunque a nivel individual entra el factor de la “marca personal”- es la admiración; admiramos el talento, el esfuerzo, la resiliencia, la humildad, la capacidad de superación y otros valores del deporte y los deportistas profesionales con los que nos sentimos identificados o aspiramos a lograr.
Algunos de los mal llamados deportes minoritarios tienen una base de practicantes inmensa -a los datos federativos nacionales me remito-, pero flaquean en seguidores y competidores. En líneas generales y netamente mercantilistas podríamos hablar de “deportes que se saben vender” y “deportes que no se saben vender” como raíz del problema, pues solemos hacer la diferenciación entre deportes mayoritarios y deportes minoritarios no tanto en base a una argumentación basada en practicantes de dichos deportes, sino en su número de seguidores y el volumen de negocio que genera su práctica a nivel profesional.
Aunque pueda sonar duro, lo cierto es que se hace muy difícil incrementar la base de seguidores y competidores en cualquier deporte si no se convierte en algo atractivo, y un modelo de negocio que se sostiene en ayudas, subvenciones y patrocinios públicos condena al deporte de competición en cuestión -y a los deportistas que lo practican a nivel profesional- a pensar en pequeño y ser poco atractivo a la hora de atraer nuevos seguidores, patrocinadores e interés mediático; es el pez que se muerde la cola.
La manida excusa de culpar a los medios de comunicación por no dar difusión a los deportes llamados minoritarios es un enfoque incorrecto; tal vez veinte años atrás podía ser una razón convincente, pero hoy en dia existen diversos canales digitales que permiten que cualquier contenido pueda llegar a cualquier público, en cualquier lugar del planeta, y con la segmentación adecuada. Y entender que la práctica del deporte tiene que reportar beneficios económicos derivados de premios, contratos, patrocinios y similares para sus practicantes profesionales al tiempo que genera volumen de negocio e ingresos a la organización a través de merchandising, licencias y derivados para ser autosostenible es básico. Resumiendo: Es necesaria una revisión estratégica del modelo de negocio actual en la gestión de ingresos y gastos de la mayoría de organizaciones, entidades y federaciones deportivas.
Si aceptamos como válido el principio que la práctica de todos los deportes comporta en mayor o menor medida valores positivos, ¿Por qué admiramos más a los practicantes de tal o cual deporte? E incluso en el mismo deporte, ¿Por qué las diferencias entre deportistas son abismales en lo que a reconocimiento se refiere? ¿Es solo cuestión de talento?… Dejo las preguntas en el aire, pero creo es interesante reflexionar sobre el asunto.
Jacint Berengueras, CEO Ocstem Solutions
FOTO: PHOTOSET