Como miembro del Bqbit, el mayor think tank global de computación cuántica, he tenido la oportunidad de asistir al congreso mundial del internet de las cosas que se celebró hace unos días en Barcelona. Ha sido una oportunidad única para conocer las tecnologías más punteras de las empresas tecnológicas más prestigiosas del planeta, y he intentado ejercer de “embajador” aranés cuando he podido y lo mejor que he podido.
Por cierto, olviden cualquier prejuicio o imagen mental que puedan tener del Hospitalet de Llobregat; esta ciudad periférica se ha convertido en un auténtico hub empresarial, con enlace directo a un aeropuerto internacional (El Prat) y servicios e infraestructuras de primer nivel con potencial para convertirse en el distrito financiero de Barcelona. Sector público y privado se conjuraron para transformar el territorio y les está saliendo genial.
Hecho este inciso vuelvo a mis reflexiones sobre tecnología, y puedo decirles que bicicletas, fábricas, cosechas, coches, ciudades o ropa estarán en un breve plazo de tiempo totalmente interconectados a través de las redes y tecnologías TIC. Obviamente habrá que mejorar la ciberseguridad de estos dispositivos, pero ese tema lo dejo para otra ocasión; quiero hablarles de la necesidad -ya no es una opción- de adaptarse a los cambios que se avecinan.
IoT (internet de las cosas), big data, ciberseguridad, blockchain, computación cuántica, metamateriales o nanotecnología tal vez sean conceptos que les suenen a chino, pero son tecnologías muy reales que están impactando de forma dramática en cada uno de los sectores en los que se están implementando, y a una velocidad cada vez mayor. Al calor de estos cambios están naciendo nuevos gigantes empresariales y vemos desaparecer corporaciones históricas que no han sabido, querido o podido seguir el ritmo. Cuando una empresa, territorio o modelo de crecimiento económico -en genérico- llega a su cénit existen dos opciones: la reconversión o la decadencia.
“¿Y cómo le afecta esto a Aran, a mi negocio/trabajo, o a mi?”, se preguntarán. Intentaré poner ejemplos cercanos y metáforas comprensibles. Todos los empleos vinculados a la conducción y el transporte serán eliminados en un plazo máximo de diez o quince años, así como aquellos relacionados con tareas administrativas, de intermediación financiera y seguros.
El comercio minorista seguirá en declive, excepto en aquellos negocios que ofrezcan productos que no se puedan comprar por Amazon, ebay o plataformas similares. El alojamiento, puntal del negocio hotelero y turístico (me gusta diferenciarlos por motivos evidentes), se convertirá en una commoditie sin diferenciación excepto en casos muy concretos. La transparencia del sector público llegará a tal nivel que cualquier gasto, inversión o contratación poco escrupulosa quedará al descubierto en cuestión de horas o días… Podría seguir, pero he escogido algunos casos paradigmáticos de trabajos, negocios y operativas “de toda la vida” cuyo futuro es más que incierto.
En la sociedad de la información los intermediarios que no aportan valor añadido son eliminados de la ecuación. Seguramente mis palabras les sonaran duras y crueles, pero no por ello lo que digo es menos cierto.
La implementación de herramientas tecnológicas y nuestra capacitación para utilizarlas adecuadamente no es una opción, es un necesidad que se va a acentuar en los próximos años. ¿Se imaginan competir con territorios y/o negocios que dispusiesen de electricidad mientras nosotros utilizamos la luz de las velas? Pues dicho metafóricamente, es lo que está pasando actualmente.
Si definimos inteligencia como la capacidad de adaptación al medio, podemos decir que no estamos demostrando ser demasiado inteligentes.
¿Cuántos hoteles del Valle de Aran se promocionan en AirBnb, ofrecen a sus clientes Netflix, la posibilidad de pagar en bitcoins, o disponen de sistemas de Business Intelligence que permitan conocer a sus usuarios antes de que hagan el check-in?…
Dicho llana y simplemente: El modelo económico de Aran, el sustento de sus familias y su bienestar, depende de negocios poco adaptados al entorno internacional y tecnológico, y de algo tan voluble y cambiante como el clima.
Estoy generalizando y tal vez sea injusto, pero ya saben de lo que hablo si digo que como en veinte días no haya empezado a nevar la gente se empezará a poner nerviosa.
No quiero acabar dejándoles pensamientos pesimistas; hay margen de mejora e infinitas posibilidades, pero debemos trabajar en ello. Para empezar, convenciendo a operadoras y administraciones de la necesidad de unas conexiones ya no decentes (eso lo tenemos), sino aspirar a lo excelente. Soy demasiado “joven” para recordar lo que supuso para el Valle de Aran la apertura del tunel de Vielha, pero si tengo claro que permitió un crecimiento social, económico y cultural sin precedentes. El equivalente al “tunel de Vielha” del Siglo XXI para Aran se llaman 5G, Li-Fi y fibra óptica.
Jacint Berengueras, CEO Ocstem Solutions